
Si solo pruebas una cosa en Santander, que sea esto: guía foodie definitiva
Si solo pruebas una cosa en Santander que sea esto. Santander es una ciudad que se saborea. Desde el primer café con vistas a la bahía hasta la última copa de vino en una barra bulliciosa, la capital cántabra es un destino para el paladar. No se trata solo de comer rabas aunque sí, también sino de una manera de entender la comida: producto local, cocina con alma y una cultura gastronómica que no se improvisa.
Si vas a probar solo una cosa en Santander, que sea algo que te hable de su tierra, su mar y su gente. Esta es la guía definitiva para foodies que no quieren perder el tiempo en lugares que solo están de paso.
Rabas: el aperitivo que define a Santander
No hay carta ni barra que no las incluya. Las rabas en Santander son religión. Se sirven en plato llano, crujientes, doradas, sin apenas grasa y con una rodaja de limón que nadie exprime… pero que todos esperan.
Si quieres probarlas como manda la tradición, La Radio es un valor seguro: en sartén, como las de antes. Pero si buscas algo con más ambiente, Mi Favorito, en Peña Herbosa, las sirve como se merecen: con cerveza fría, barra viva y aroma a cocina bien hecha. Otro templo de la raba es La Cañía, junto a El Sardinero, donde el mar es parte del menú.
Un arroz que se te queda grabado
La fama la tienen otros, pero Santander está sabiendo hacer del arroz una de sus joyas gastronómicas. Mi Favorito ha conseguido que su arroz meloso de mariscos sea plato de culto: fondo sabroso, punto exacto, marisco limpio y sin adornos innecesarios.
También sobresale su fideuá con alioli suave, perfecta para compartir en mesa o barra. Cocina honesta, bien ejecutada y con sabor a norte. Es un arroz que no pretende ser valenciano, sino sencillamente perfecto para su entorno.

Pero si hablamos de especialización arrocera, hay que hacer parada en Abanda, una arrocería que ha traído a Santander la tradición del levante con producto cántabro y mimo en cada grano. Su carta de arroces secos, melosos y caldosos es un homenaje al sabor sin prisas: desde el de bogavante hasta el de ibéricos con setas, pasando por versiones marineras que respetan la estacionalidad del producto.
Tabernas de barrio y bocados con identidad
El mar está en la carta, pero también en el ambiente. Taberna Cachalote, en la zona de Cañadío, domina el difícil arte de parecer sencilla y ser brillante. Rabas, calamares, chipirones, mejillones al vapor, todo bien hecho y servido con ritmo. Su bocadillo de calamares con alioli casero es de los que se convierten en rituales.
Para carnes y brasas con carácter, Cadelo sigue sorprendiendo con su reinterpretación de clásicos: la lasaña de rabo de toro o el steak tartar ahumado elevan la propuesta sin caer en el efectismo. Cocina joven, valiente y con técnica.
Marisco como debe ser: puro y sin disfraz
La cocina del mar en Santander tiene un nombre que se repite entre locales y visitantes: Marucho. Sin carta, sin florituras. Aquí comes lo que hay: pescado fresco a la plancha, centollos cocidos al punto y lubinas que parecen saltar del mar a la plancha. Servicio rápido, platos abundantes y sabor auténtico. No hay márketing, solo mar.
Una alternativa sin pretensiones, pero igual de fiel al producto, es Casa José. Mejillones al vapor, berberechos o navajas a la plancha por precios honestos y ambiente relajado. Ideal para tapear sin prisa.
Un dulce con identidad (más allá del azúcar)
Cantabria tiene fama pastelera, pero no todo vale. Si buscas un dulce local auténtico y con el equilibrio justo, los sobaos pasiegos de El Macho siguen marcando la pauta. Se pueden encontrar en tiendas gourmet de Santander y también en el Mercado de la Esperanza, epicentro del producto cántabro.
Allí, además de sobaos, encontrarás quesos de los Valles Pasiegos, anchoas de Santoña, mermeladas artesanas, orujos de Potes y verduras de huertas cercanas. Es un paseo gastronómico por toda la región condensado en un solo edificio.
Vermut, cultura de barra y conversación con sabor
Santander también se vive en la barra, y en eso Peña Herbosa es la calle de referencia. Mi Favorito es un clásico reciente, con una selección de vermuts que hace sombra a los aperitivos más elaborados. Aquí el vino se sirve por copas bien elegidas y la conversación es tan importante como la tapa.
Cerca encontramos, La Mar, uno de los últimos en llegar, ha sabido hacerse hueco con una propuesta fresca: vermuts con matices, cócteles suaves y platillos marinos que apetece repetir. La barra, siempre animada, es un escaparate de lo mejor del tapeo urbano santanderino.
Mercado de la Esperanza: el corazón gastronómico de la ciudad
Mucho más que un mercado. El Mercado de la Esperanza, en pleno centro, es una parada obligatoria para cualquier amante del buen comer. Aquí puedes comprar marisco recién traído de la lonja, carnes locales, quesos artesanos y dulces típicos. También es un buen sitio para llevarte un recuerdo gastronómico: anchoas en conserva, bonito en aceite, sobaos, orujos…
No hay nada más auténtico que comprar directamente a quien conoce el producto. Y si no quieres cocinar, muchos puestos te lo preparan para llevar.
Conclusión: un bocado basta para entender Santander
No necesitas hacer un tour gastronómico de diez paradas para entender lo que significa comer bien en Santander. A veces, una raba bien frita, un arroz con fondo, una copa en la barra o una compra en el mercado bastan para sentir el pulso real de la ciudad.
La clave está en saber elegir. Y ahora ya sabes qué probar, dónde sentarte y cómo disfrutarlo. Porque si solo puedes probar una cosa en Santander, que sea algo que recuerdes mucho después de volver a casa.
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